El Fracaso

Si “fracaso” es una palabra que puede describir a una persona, ciertamente puede describirme.  En mis 20 años de vida, logré fracasar mucho.  Fracasaba siempre en mi vida académica, social, y profesional, y en cada de día de mi misión de tiempo completo.  Yo nunca podía cumplir con expectativas que probablemente sólo me fijé yo.   Para una perfeccionista, el fracaso es la derrota.  El fracaso da tanto terror que la mayoría de nosotros vivimos constantemente con miedo de ello, planificando cada paso para evitar su abrazo.  Intentamos a vivir nuestras vidas caminando encima de una cuerda relajada que es éxito sin dolor.  Nos seguimos mintiendo a nosotros mismos, convencidos que esta cuerda es la “senda angosta y estrecha” hasta que lo creamos de verdad.  Caemos de nuevo y de nuevo pero por nuestro miedo de caer, nunca avanzamos más alto.  Nadie alcanzó el árbol de la vida al ir a cualquier lado donde el viento lo sopla.  Nadie lo alcanzó al seguir las sendas más anchos, esperando evitar el dolor y el fracaso.  Ni un solo paso de las personas que alcanzaron el árbol de la vida fue fácil.  Leemos que ellos  “se agarraron”, “avanzaban”, “llegaron”, y más interesante, “se postraron” (en inglés dice “cayeron” en vez de “se postraron”.)  A veces fracasamos en darnos cuenta de que en los ojos de la eternidad, el fracaso es más importante que el éxito.

Creo que una de las lecciones más importantes que podamos aprender en la vida es que al aceptar el fracaso, el fracaso nos refina.  Stephen McCranie explicó esto bien cuando dijo “El maestro ha fracasado más veces que el princípiate ha intentado.”  No sé si alguien en la historia religiosa fracasó más veces que el profeta José Smith.  Su tarea fue aterrador y desalentador, y el fracaso era su compañero fiel.  Él tenía el llamamiento de restaurar la Iglesia de Jesucristo en la tierra miles de años después de su pérdida, y creo que sobreestimamos lo que entendía.  Me maravilla su fe, y como siguió adelante a pesar de la probabilidad de fracaso.  Por ejemplo, cuando Martin Harris perdió los 116 páginas, y leemos el reto de Dios en DyC 3.  También, José Smith vio el juicio hipotecario del templo de Kirtland, el fracaso del banco de Kirtland, el campo de Zión, la guerra Mormón, Hans Mill, y la pequeña banda de santos que le seguía ser desechados vez tras vez.  Cuando fracasaba, lo admitía antes que nadie, y eso lo hizo en un gran profeta.    Aunque empezó con poco entendimiento, al final de su vida, tal vez entendía más que cualquier otro profeta que ha vivido.  Él aceptó su fracaso, y lo usó para aprender, y puso su confianza en el Maestro, y el Maestro lo formó en la profeta de la restauración.

Pedro es otro ejemplo a que admiro mucho.  El, como José, nació durante una apostasía.  Pero a lo mejor, Pedro sabía menos que José Smith.  Él tenía una fe increíble, la fe necesaria para dejar su profesión y familia con las palabras simples: ‘’Ven, sígame’’.  Era muy impulsivo, y por eso demostraba su ignorancia frecuentemente.  Unos de los retos más terribles de Jesús fueron dirigidos a Pedro.  Una vez, Jesús aún llamo a Pedro ‘’Satanás.’’  Pero una cosa increíble de Pedro fue que él no tenía miedo de fracaso.  A veces criticamos a Pedro por perder la fe cuando anduvo sobre el agua.  El vio el tempestad y empezó a temer, y gritó por ayuda.  Nos olvidamos fue el único apóstol (y, a lo mejor, la única persona que ha vivido) que tenía la fe suficiente para intentar a andar sobre el agua.  A pesar de la probabilidad de fracaso, él confió en su Maestro, y salió del barco durante la tormenta.  Y cuando temió y falló, extendió su mano inmediatamente y pidió ayuda del Maestro.  La mayoría de nosotros, cuando estamos huyéndonos con nuestros temores, seguimos luchando por aire mientras él está ahí con la mano extendido para salvarnos, y ni siquiera la tomamos.  Pedro aceptó su fracaso, volvió la Maestro por salvación, y aprendió del reto (‘’Hombre de poca fe ¿Por qué dudaste?’’), y se hizo un mejor hombre por eso.  El punto culminante de la vida y progreso personal de Pedro empezó la noche de la traición de Jesús.  Tal como Jesús previó, Pedo negó al Salvador tres veces, y enseguida cantó el gallo.  Esta vez, un reto no fue necesario.  Jesús simplemente lo miró, y con esos segundos de contacto visual, Pedro salió por fuera y ‘’lloró amargamente’’.  Después de esa noche, y después de la conversación entre el Señor resucitado y Pedro, tal vez Pedro sentía que no era capaz de ser lo que Jesús quería que fuera.  Tal vez lo que le inspiró volver a su vida antigua fueron sus sentimientos de fracaso.  Sólo sabemos por seguro, que después de todo eso, Pedro se fue a pescar.  Todos sabemos lo que pasó:  Jesús apareció, Pedro dio tres confesiones de amor para recompensar por haberle negado tres veces, Jesús le recordó de lo que le llamó a hacer, y Pedro se hizo un apóstol convertido al Señor.  Pedro supo (o fue recordado que) él amaba el Salvador más que quería rendirse.  Con la gracia del Salvador, el refinamiento del fracaso de Pedro lo hizo de un pescador impulsivo en un Apóstol del Señor Jesucristo.  Él llegó a ser un hombre a que personas buscaban para ‘’sacar a los enfermos a las calles y ponerlos en camas y en lechos, para que, al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos. ’’

El éxito no nos inspira a cambiar, más que nada es conveniente.  El fracaso nos humilla, nos permita cambiar, y nos permita aprender.  No debemos temerlo.  Tenemos que darnos cuenta de que ‘’todo lo que queremos está al otro lado del miedo’’.  No debemos vivir nuestras vidas intentando a evitarlo.  No debemos permitir que la probabilidad de fracaso tenga influencia en nuestras decisiones.  El fracaso siempre es más poderoso que el éxito.  Tal como Robert F. Kennedy dijo:  ‘’Solamente los que atreven fracasar mucho pueden lograr mucho.’’  Y, tal como José Smith y Pedro siempre entendía, ‘’rendirse es la única manera segura de fracasar.’’  Yo creo que ‘’el fracaso es un evento, no es una persona.’’  Nosotros mismos somos nuestros obstáculos más grandes.  Solo nos impide nuestro propio miedo.  Es por caer continuamente y pararnos que podemos lograr nuestra meta.


Me podría describir como fracaso, pero J.K. Rowling, Steve Jobs, Bill Gates, José Smith, Thomás, Pedro, y millones de otros se podrían describir como fracasos también.  Nuestro Padre puso a Adán y a Eva en la tierra, puso el árbol de la ciencia del bien y el mal delante de ellos, y los permitió al diablo tentarlos.  Como lo explica en 2 Nefi 2:22-27, la caída fue un parte del plan del Padre.  Solo por caer pudieran tener hijos, y pudieran crecer y progresar para cumplir el propósito de su creación.  El Padre los envió para que fracasaran y aprendieran.  Y nos envió a nosotros por la misma razón.  Desde antes la creación del mundo, nos fue escogido un Salvador.  Uno que pudo vivir su vida sin fracasar, pero sentiría el dolor de fracaso igual.  Él sufrió las consecuencias del fracaso para que nosotros no tengamos que sufrirlo.  Lo hizo para que no tengamos que temer al fracaso.  Él sufió para que Él pueda usar nuestros errores para refinarnos en vez de definirnos.  Cuando decidimos ser como Pedro y clamar por el Maestro en vez de hundirnos en miedo, o cuando decidimos ser como José y seguir en fe a pesar de toda probabilidad de fracaso, no hay fracaso verdadero.  Por causa de Jesucristo, si seguimos Su evangelio, no hay fracaso.  La senda de un discipulado nunca es fácil, y se requiere caer muchísimo para lograr el final.  Pero, gracias a Él, siempre podemos pararnos.  Si estamos luchando por estar en la senda, podemos aceptar el fracaso, y lograremos nuestra meta.  

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